“Santo Padre, ¿le puedo dar un abrazo?”

Santiago Quemada, sacerdote del Opus Dei, pensaba que sería imposible acercarse al Papa durante el viaje a Israel. Del pesimismo pasó al gozo cuando no solo se encontró con Francisco sino que se fue a casa con un abrazo y un paternal consejo.

Foto: AFP

Antes de la entrada del Papa en Getsemaní pude, no solo saludarle, sino también darle un beso y un abrazo.

Con las impresionantes medidas de seguridad que tuvimos estos días y, más en concreto, para entrar en Getsemaní, no me lo esperaba; me parecía imposible poder siquiera a saludarle. Cuando llegó, me coloqué detrás de una columna, para lograr verle de cerca cuando entrara.

Al calcular que llegaría a la altura donde estaba, me he metido en el espacio ‒suficientemente amplio‒ que había entre la columna y la pared, y he aparecido delante del Papa. Le besé la mano y le pregunté: “Santo Padre, ¿le puedo dar un abrazo?” Después de darle un beso y un abrazo, le he dicho: “Soy un sacerdote del Opus Dei. Vivo en Tierra Santa desde hace casi 8 años”. Me parece que brevemente me dijo: “Muy bien”. Entonces proseguí con lo que había pensado decirle: “El Papa san Juan Pablo II afirmó que en el Opus Dei tenemos el carisma de la confesión. Yo voy a confesar a Belén con mucha frecuencia”. El Papa me habló muy despacio e hizo hincapié en las palabras que me dijo casi al oído: “Sé muy misericordioso.”

Y, posteriormente, entró a la Basílica de Getsemaní. Ahí muchos sacerdotes y religiosos de Tierra Santa rezamos con él. Fue una liturgia de la Palabra sencilla, pero muy bonita. El momento culminante fue la lectura del texto del Evangelio. Cuando el que lo leía llegó al lugar donde se dice que Cristo rezaba con más intensidad, se dirigió a la roca y de rodillas leyó: “y sudó gotas de sangre, que aquí, caían hasta el suelo”. Y después, desde el ambón, finalizó: “¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación".

Durante la homilía, el Papa, entre otras cosas, dijo: "Nos encontramos en este lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por su sudor de sangre; santificado sobre todo por su "sí" a la voluntad de amor del Padre. Sentimos casi temor de acercarnos a los sentimientos que Jesús experimentó en aquella hora; entramos de puntillas en aquel espacio interior donde se decidió el drama del mundo”. También se preguntó y nos preguntó: "¿quién soy yo ante mi Señor que sufre? ¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad?"

En un momento de la homilía dijo algo muy emocionante para los que vivimos en Tierra Santa: “Desde este lugar santo quisiera dirigir un afectuoso saludo a todos los cristianos de Jerusalén: quisiera asegurarles que los recuerdo con afecto y que rezo por ellos conociendo bien la dificultad de su vida en la ciudad. Los animo a ser testigos valientes de la pasión del Señor, pero también de su Resurrección, con alegría y esperanza”.

Y, casi al final: "Ustedes, queridos hermanos y hermanas, están llamados a seguir al Señor con alegría en esta Tierra bendita. Es un don y también es una responsabilidad. Su presencia aquí es muy importante; toda la Iglesia se lo agradece y los apoya con la oración".

Blog del P. Santiago Quemada

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